Cuando la Wii se convirtió en un juguete para amenizar una fiesta pijama y la Nintendo DS en un sudoku con soniditos, muchos aficionados a los videojuegos sentimos alegría porque significaba que, por un lado, el mercado se estaba abriendo y también, visto desde el lado del usuario, que el de los videojuegos dejaba de ser un entretenimiento gregario, propio de los protagonistas de ‘Big Bang Theory’. Todo el mundo podía jugar a los videojuegos, incluso tu abuela, aunque ella lo viviera como ejercicios para mantener la agilidad mental, o tu madre, aunque ella estuviera convencida de que estaba haciendo yoga.
Este ensanchamiento de público ha dado juegos, e incluso géneros, que a los que llevamos jugando desde los tiempos del ‘Pong’ nos escandaliza hasta lo más profundo por lo ñoño y lo insulso que nos resultan. Sin embargo, ahí están, atrayendo jugadores y generando ingresos.
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